La-paz-se-aprende---Coberta.jpg

44 C. Rojzman, El miedo, el odio y la democracia. Terapia social. San Pablo, Colombia, 1994.







Sobre los autores



Este texto es el fruto del esfuerzo conjunto de dos autores que se conocen y estiman mutuamente desde hace mucho tiempo, que se han escuchado, hablado y escrito a lo largo de la fase de redacción. Thomas fue primero jurista y después terapeuta, y hace más de veinte años que se dedica a la enseñanza del conocimiento de uno mismo, relaciones humanas y regulación no violenta de los conflictos (principalmente desde el enfoque de la comunicación no violenta); es autor de varios libros sobre el tema. David, arqueólogo y especialista en historia cultural, es conocido por su labor como escritor, dramaturgo y defensor de la innovación democrática. Aunque ambos son belgas, provienen de regiones distintas: David, de la llanura cercana a Brujas; Thomas, de los bosques de la provincia de Luxemburgo (al sur del país). Thomas habla en francés; David, en neerlandés. Ambos viven en Bruselas y han participado en este manuscrito con sus dos lenguas maternas, cruzando sus enfoques y conjugando sus textos.


Imatge6






La paz se aprende





Título original: La paix, ça s’apprend !

© del texto: Thomas d’Ansembourg
y David van Reybrouck, 2016

© de la traducción: Javier García Soberón, 2017

© de esta edición: Arpa y Alfil Editores, S. L.


Deu i Mata, 127, 1º — 08029 Barcelona

www.arpaeditores.com


Primera edición: noviembre de 2017


ISBN: 978-84-16601-65-3


Diseño de cubierta: Enric Jardí y Estudi Purpurink

Ilustración de cubierta: Joanna Gniady

Ilustraciones del interior: Carolina Masana

Maquetación: Estudi Purpurink


Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación

puede ser reproducida, almacenada o transmitida

por ningún medio sin permiso del editor.





Thomas d’Ansembourg
David van Reybrouck

La paz se aprende

Comunicación no violenta, mindfulness
y compasión: prácticas para el desarrollo de una cultura de paz

Traducción de Javier García Soberón











Arpa_BienestarPetit










Sumario

Prólogo

Introducción

El individuo en paz

Una sociedad de individuos en paz

Una sociedad en paz

Conclusión

Sobre los autores












Debemos aprender a vivir juntos como hermanos

o nos mataremos juntos como tontos.

martin luther king













La compasión no es una virtud, es un compromiso.
No es algo que tenemos o no tenemos,

es algo que decidimos practicar.

brené brown[1]













Nadie nace odiando.

nelson mandela







Prólogo



Días después de la trágica noche del Bataclan y las terrazas de París, nos llamamos por teléfono, ambos muy conmovidos y desalentados. Estaba claro que no podíamos seguir esperando pasivamente el próximo atentado y contentarnos escuchando las medidas de búsqueda y de seguridad que los medios iban desgranando en antena. Teníamos que ayudar a cambiar las cosas con nuestros escasos medios de autores, es decir, compartir nuestra experiencia y nuestras reflexiones. Meses más tarde —apenas el tiempo de recobrar los ánimos y armarse de valor— los tan temidos atentados sometieron Bruselas, la ciudad en la que vivimos, a una dura prueba. Para nosotros se hizo más que necesario escuchar el dramático mensaje que transmitían estos sucesos y promover el cambio de sociedad al que apelan.

Nuestra convicción es sencilla: si un ser humano, desde su concepción, se siente bien acogido, si crece en un ambiente de amor, abierto y respetuoso hacia su individualidad, si evoluciona en un contexto de pertenencia en que apoyarse, si aprende a superar sus fragilidades con buena voluntad y se le anima a encontrar un proyecto de vida que tenga sentido, no hay ninguna razón para que adopte la violencia como modo de expresión o para sentir que existe.

Entendemos que todo el mundo puede mostrarse violento o escoger la huida en situaciones en que es incomprendido o no puede comprenderse a sí mismo. Entendemos igualmente que hemos creado una sociedad en la que hemos aprendido mejor a compensar nuestro malestar de todo tipo de formas que a alimentar la felicidad de vivir en comunidad.

Evidentemente, es urgente asegurar que los terroristas y sus redes dejen de tener la capacidad de causar daño; evidentemente, tenemos que encontrar respuestas políticas ante la violencia y el terror, tanto a escala nacional como en el plano internacional. Y también debemos acabar con la segregación manifiesta que perdura en tantas sociedades contemporáneas. Pero todas estas cosas no son sino acciones externas necesarias a corto y medio plazo: aunque la seguridad quedase formalmente restablecida, aunque en el exterior reine de nuevo la paz, nada garantiza su durabilidad mientras no hayamos emprendido una acción de largo recorrido que afiance la paz en el interior.

Porque, si la violencia se atrinchera en el corazón y en la conciencia de las personas, la paz también es una cuestión que debe ser tratada desde el interior.

Este es nuestro punto de partida.

Hoy sabemos que la salud física es fruto de una buena higiene vital: ejercicio y cuidado regular del cuerpo, alimentación sana y descanso. Pocos saben que ocurre lo mismo en el caso de la salud mental, y que los ingredientes son los mismos.

Permanecer en estado de paz interior a pesar de los golpes, las frustraciones y las fricciones de la vida también está relacionado con la higiene mental, de la misma manera que cepillarse los dientes está relacionado con la higiene corporal. Para nosotros esto ya no es ninguna metáfora. Mientras que en el siglo pasado todos aprendimos a cuidarnos los dientes, el pelo y la piel, es decir la parte visible del cuerpo, no hemos avanzado en absoluto respecto a la adquisición de rituales de cuidado psíquico. Por el contrario, es probable que hayamos retrocedido, debido a una secularización que, en su voluntad de liberar al individuo, ha eliminado con demasiada frecuencia los gestos de interioridad y de introspección. Menos tiempo dedicado «oficialmente» a la contemplación, menos meditación y también menos silencio. Hoy nos encontramos ante una situación en la que hemos integrado el cuidado del cuerpo, quizás hasta el extremo, pero no el de la conciencia, a pesar de que la ciencia demuestre cada vez más la importancia de los rituales de higiene psíquica. Cuidamos de nuestra piel pero nos desentendemos de nuestra paz.

Nuestros medios, como autores, son nuestros propios recursos: cierta experiencia en lo humano y en el sufrimiento en particular, cierta comprensión de lo que genera el sufrimiento y de las consecuencias inevitables de su acumulación, cierta práctica personal desmantelando los sistemas de pensamiento y los juegos de emociones que sustentan la violencia. A esto se añade la voluntad de hacer conocer la capacidad de transformación personal de la que cada uno de nosotros disponemos, que es tan potente como desconocida.


Imatge1


Nuestra intención ha sido elaborar un libro muy corto, y somos conscientes de las limitaciones de nuestra elección: muchos de los temas merecerían mucho más desarrollo y documentación en una obra de fondo. En algunos casos, las investigaciones científicas no están muy avanzadas, a pesar de que los experimentos prácticos se multipliquen y sean más que concluyentes. Por ello no proponemos nada que no haya sido fruto de numerosas experiencias o testimonios directos debidamente verificables.

La elección de un libro corto está ligada a nuestro deseo de que sea fácilmente legible para todo el mundo, abra la puerta de la curiosidad y avive (o reavive) el gusto por la transformación personal profunda, que es clave para una transformación social duradera. Esperamos que os lleve a la investigación y al viaje interior.


thomas d’ansembourg

david van reybrouck







Introducción



En la primera frase de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) se lee una palabra. La misma aparece en el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas (1945). Volvemos a encontrarla no menos de siete veces en el texto fundacional de la construcción europea, esa página y media que funda la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA, 1951).

Se trata de la palabra «paz».

Hoy en día, esa misma palabra suscita cierto malestar, casi una molestia, a quienes la escuchan. La mayor parte de nuestros contemporáneos prefieren entrecomillarla y solo se atreven a utilizarla en inglés, sobre todo si se habla de cascos azules establecidos en algún lugar lejano. Peace-keeper, peace-maintenance, peace forces[2]. La paz es una palabra que nos devuelve a finales de los años cuarenta, cuando se estaba fraguando un nuevo orden mundial. O a finales de los años ochenta, cuando millones de personas se manifestaban contra las armas nucleares. Pero no evoca un concepto contemporáneo, ni mucho menos un aprendizaje.

Sin embargo, los fenómenos que hemos podido observar en los últimos años —terrorismo, migraciones, xenofobia, polarización— han devuelto la guerra, la violencia y, por tanto, las aspiraciones de paz al centro de nuestra sociedad. Y ahora nos vemos fuera de lugar, torpes, desorientados. Queremos la paz pero no sabemos cómo se consigue.

Imatge2

No vemos la relación entre la paz política y la paz interior. Pensamos que la paz cae del cielo, que proviene exclusivamente del mundo exterior, que depende por completo de la acción política y de las condiciones económicas. En nuestras librerías hemos marcado bien la diferencia entre el estante de Política e Historia y el de Desarrollo Personal, siendo este segundo más «femenino», más privado, más rosa y por ello más alejado del mundo «real». Nuestro despiece del mundo en dos espacios, el exterior y el interior, ha sido tal que ya no somos capaces de pensar la paz.

Por el contrario, somos mucho más hábiles a la hora de pensar y preparar la guerra. «Si quieres la paz, prepara la guerra» reza un adagio latino. Se trata de un sistema antiguo que condiciona nuestro funcionamiento pavloviano. En consecuencia, a menudo obtenemos la guerra. A esta última le dedicamos un ministro y su ministerio, una administración y un ejército de funcionarios con sus cuerpos de élite, considerables medios de reclutamiento, de entrenamiento, de comunicación, de espionaje, investigaciones científicas y una importante cobertura mediática… Y, claro está, la historia nos legitima («siempre se ha hecho…»).